Ajler, Ricardo


DESPUÉS DEL DILUVIO

Tan pronto como la idea del Diluvio se hubo serenado, Una liebre se detuvo entre las esparcetas y las campa¬nillas móviles y dijo su plegaria al arco iris a través de la tela de araña.
¡Oh!, las piedras preciosas que se ocultaban, - las flo¬res que miraban ya.
En la ancha calle sucia se alzaron los tenderetes, y arrastraron las barcas hacia el mar escalonado arriba como en los grabados.
La sangre corrió, en casa de Barba Azul, - en los ma¬taderos, - en los circos, donde el sello de Dios palideció las ventanas. La sangre y la leche corrieron.
Los castores construyeron. Los «mazagranes» humea¬ron en los cafetines.
En la casona de cristales, todavía chorreante, los niños de luto contemplaron las maravillosas imágenes.
Una puerta crujió, - y en la plaza de la aldea, el niño hizo girar sus brazos, comprendido por las veletas y los gallos de los campanarios de todas partes, bajo el resplan¬deciente aguacero.
Madame *** instaló un piano en los Alpes. La misa y las primeras comuniones se celebraron en los cien mil al¬tares de la catedral.
Partieron las caravanas. Y el Splendide-Hôtel fue edifi¬cado en el caos de hielos y noche polar.
Desde entonces, la Luna oyó gimotear a los chacales por los desiertos de tomillo, - y a las églogas en zuecos gruñir en el huerto. Luego, en el oquedal violeta, lleno de brotes, Eucaris me dijo que era la primavera.
- Mana, estanque, - rueda, Espuma, sobre el puente, y por encima de los bosques; - paños negros y órganos, - relámpagos y trueno, - subid y rodad; - Aguas y tristeza, subid y reanimad los Diluvios.
Porque desde que se disiparon, - ¡oh las piedras pre¬ciosas enterrándose, y las flores abiertas! - ¡qué aburri¬miento!, y la Reina, la Bruja que enciende su brasa en la olla de barro, nunca querrá contarnos lo que ella sabe, y que nosotros ignoramos

Aron, Julián


II

Es ella, la pequeña muerta, detrás de los rosales. - La joven mamá difunta baja la escalinata. - La calesa del primo rechina en la arena. - El hermano pequeño - (¡está en las Indias!) ahí, ante el crepúsculo, sobre el prado de claveles. - Los viejos que han enterrado total­mente tiesos en la muralla de los alhelíes.

El enjambre de hojas de oro rodea la casa del general. Están en el sur. - Se sigue el sendero rojo para llegar al albergue vacío. El castillo está en venta; las persianas es­tán desprendidas. - El cura se habrá llevado la llave de la iglesia. - Alrededor del parque, las casetas de los guardas están deshabitadas. Las empalizadas son tan altas que sólo se ven las cimas rumorosas. Además dentro no hay nada que ver.

Los prados suben hacia las aldehuelas sin gallos, sin yunques. La esclusa está levantada. ¡Oh los Calvarios y los molinos del desierto, las islas y las muelas!

Zumban flores mágicas. Los taludes le mecían. Circu­laban animales de una elegancia fabulosa. Las nubes se agolpaban sobre la alta mar hecha de una eternidad de cá­lidas lágrimas.

Baeza, Juan



III

En el bosque hay un pájaro; su canto os detiene y os hace sonrojar.

Hay un reloj que no suena.

Hay un hoyo con un nido de animales blancos.

Hay una catedral que baja y un lago que sube.

Hay un cochecito abandonado en el bosquecillo, o que desciende por el sendero corriendo, adornado con cintas.

Hay una compañía de pequeños comediantes con trajes de escena, divisados en el camino por entre la linde del bosque.

Hay en fin, cuando se tiene hambre y sed, alguien que os echa.

Baldó, Fernando



IV

Yo soy el santo, orando en la terraza, - como los ani¬males pacíficos pacen hasta el mar de Palestina.

Yo soy el sabio en el sillón umbrío. Las ramas y la llu¬via se arrojan contra el ventanal de la biblioteca.

Yo soy el peatón del camino real entre los bosques ena¬nos; el murmullo de las esclusas cubre mis pasos. Veo largo rato la melancólica lejía dorada del poniente.

Con gusto sería el niño abandonado en la escollera que partió hacia alta mar, el pajecillo que sigue la alameda cuya frente toca el cielo.
Los senderos son ásperos. Los montículos se cubren de retamas. El aire está inmóvil. ¡Qué lejos están los pájaros y las fuentes! Esto sólo puede ser el fin del mundo, que avanza.

Baró, Gerardo

V

Que me alquilen por fin esa tumba, blanqueada a la cal con las líneas del cemento en relieve - muy lejos bajo tierra.

Me acodo en la mesa, la lámpara ilumina vivamente estos periódicos que, idiota de mí, releo, estos libros sin interés.

A una distancia enorme por encima de mi salón sub¬terráneo, las casas se implantan, las brumas se reúnen. El barro es rojo o negro. ¡Ciudad monstruosa, noche sin fin!

No tan alto, están las cloacas. A los lados, nada más que el espesor del globo. Acaso los abismos de azur, po¬zos de fuego. Acaso sea en esos planos donde se encuen¬tran lunas y cometas, mares y fábulas.

En las horas de amargura imagino bolas de zafiro, de metal. Soy dueño del silencio. ¿Por qué una apariencia de tragaluz palidecería en el rincón de la bóveda?

Benzecry, Diana



CUENTO

Se sentía vejado un Príncipe por no haberse dedicado nunca más que a la perfección de las generosidades vul¬gares. Preveía asombrosas revoluciones del amor, y sos¬pechaba en sus mujeres mejores capacidades que esa complacencia adornada de cielo y de lujo. Quería ver la verdad, la hora del deseo y de la satisfacción esenciales. Fuese o no una aberración de piedad, así lo quiso. Poseía cuando menos un poder humano bastante amplio.
Todas las mujeres que le habían conocido fueron asesi¬nadas. ¡Qué saqueo del jardín de la belleza! Bajo el sable, ellas lo bendijeron. No encargó otras nuevas. - Las mu¬jeres reaparecieron.
Mató a cuantos le seguían, después de la caza o las li¬baciones. - Todos le seguían.
Se divirtió degollando los animales de lujo. Hizo arder los palacios. Se abalanzaba sobre la gente y los descuarti¬zaba. - La muchedumbre, los tejados de oro, los bellos animales seguían existiendo.
¡Cabe extasiarse en la destrucción, rejuvenecer mediante la crueldad! El pueblo no murmuró. Nadie ofreció la ayuda de sus puntos de vista.
Una tarde galopaba altivo. Apareció un Genio, de belleza inefable, inconfesable incluso. ¡De su fisonomía y de su porte destacaba la promesa de un amor múltiple y complejo! ¡De una felicidad indecible, insoportable in¬cluso! El Príncipe y el Genio se aniquilaron probable¬mente en la salud esencial. ¿Cómo habrían podido no mo¬rir por ello? Juntos, pues, murieron.
Pero ese Príncipe falleció, en su palacio, a una edad or¬dinaria. El Príncipe era el Genio. El Genio era el Príncipe.
La música sabia falta a nuestro deseo.

Bernardini, Cristian



DESFILE

Solidísimos bribones. Muchos han explotado vuestros mundos. Sin necesidades, y poco dispuestos a poner en práctica sus brillantes talentos y su experiencia de vues¬tras conciencias. ¡Qué hombres tan maduros! ¡Ojos alela¬dos a la manera de la noche de estío, rojos y negros, trico¬lores, de acero punteado por estrellas de oro; semblantes deformes, plomizos, lívidos, incendiados; alocadas ron¬queras! ¡El paso cruel de los oropeles! - Hay algunos jóvenes, - ¿cómo mirarían a Querubín? - dotados de voces espantosas y de algunos recursos peligrosos. Los envían a pavonearse en la ciudad, ridículamente atavia¬dos de un lujo repugnante.
¡Oh el más violento Paraíso de la mueca rabiosa! Sin comparación con vuestros Faquires y demás bufonadas escénicas. En trajes improvisados con el sabor del mal sueño representan endechas, tragedias de malandrines y de semidioses espirituales como nunca lo han sido la his¬toria o las religiones. Chinos, hotentotes, zíngaros, ne¬cios, hienas, Molocs, viejas demencias, demonios sinies¬tros, mezclan giros populares, maternales, con las posturas y las ternuras bestiales. Interpretarían piezas nuevas y can¬ciones para «señoritas». Maestros juglares, transforman el lugar y las personas y emplean la comedia magnética. Llamean los ojos, la sangre canta, los huesos se ensan¬chan, las lágrimas y unos hilillos rojos chorrean. Su burla o su terror dura un minuto, o meses enteros.
Sólo yo tengo la clave de este desfile salvaje.

Bilotti, Viviana

Alineación al centro

ANTIGUO

¡Gracioso hijo de Pan! En derredor de tu frente coro¬nada de florecillas y de bayas tus ojos, bolas preciosas, se mueven. Manchadas de heces pardas, tus mejillas se su¬men. Relucen tus colmillos. Tu pecho parece una cítara, circulan tintineos por tus brazos rubios. Tu corazón late en ese vientre donde duerme el doble sexo. Paséate, de noche, moviendo suavemente ese muslo, ese segundo muslo y esa pierna izquierda.

Bustos, Gerardo



BEING BEAUTEOUS

Ante una nieve un Ser de Belleza de elevada estatura. Silbidos de muerte y círculos de música sorda hacen su¬bir, ensancharse y temblar como un espectro este cuerpo adorado; heridas escarlatas y negras estallan en las carnes magníficas. Los colores propios de la vida se oscurecen, danzan, y se disipan en torno a la Visión, en el taller. Y los escalofríos se levantan y gruñen, y el furioso sabor de estos efectos cargándose de los silbidos mortales y las roncas músicas que el mundo, allá lejos tras nosotros, lanza sobre nuestra madre de belleza, - ella retrocede, se yergue. ¡Oh!, nuestros huesos se han revestido de un nuevo cuerpo amoroso.


X X X

¡Oh la faz cenicienta, el escudo de crin, los brazos de cristal! ¡El cañón sobre el que debo arrojarme por entre la refriega de los árboles y el aire leve!

Campos, Andrés



VIDAS

I

¡Oh las enormes avenidas del país santo, las terrazas del templo! ¿Qué se ha hecho del brahmán que me ex¬plicó los Proverbios? ¡De entonces, de allá lejos, todavía veo incluso a las viejas! Me acuerdo de las horas de plata y sol hacia los ríos, la mano del campo sobre mi hombro, y nuestras caricias de pie en las llanuras de pimienta. - Un revuelo de palomos escarlatas truena alrededor de mi pensamiento. - Exiliado aquí, he tenido una escena donde representar las obras maestras dramáticas de todas las literaturas. Os señalaría las riquezas inauditas. Ob¬servo la historia de los tesoros que encontrasteis. ¡Veo la continuación! Mi sabiduría es tan desdeñada como el caos. ¿Qué es mi nada, ante el estupor que os espera?

Caro, Juan Pablo



III

En un granero donde fui encerrado a los doce años co¬nocí el mundo, ilustré la comedia humana. En una bodega aprendí la historia. En alguna fiesta nocturna en una ciu¬dad del Norte encontré todas las mujeres de los antiguos pintores. En un viejo pasaje de París me enseñaron las ciencias clásicas. En una magnífica morada cercada por el Oriente entero, realicé mi inmensa obra y pasé mi ilus¬tre retiro. He agitado mi sangre. Mi deber me ha sido condonado. Ni siquiera hay que seguir pensando en eso. Soy realmente de ultratumba, y basta de encargos.

Díaz, Ariel

REALEZA

Una hermosa mañana, en un pueblo muy amable, un hombre y una mujer soberbios gritaban en la plaza pú¬blica. «¡Amigos míos, quiero que sea reina!» «Quiero ser reina». Ella reía y temblaba. Él hablaba a los amigos de revelación, de prueba terminada. Se extasiaban el uno junto el otro.
De hecho fueron reyes toda una mañana en que las col¬gaduras carmesíes se desplegaron en las casas, y toda la tarde, en que juntos avanzaron hacia los jardines de pal¬mas.

Douelle, Dany



A UNA RAZÓN

Un golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sonidos e inicia la nueva armonía.

Un paso tuyo. Y es el alzamiento de los hombres nue¬vos y su caminar.

Tu cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor! Tu cabeza gira, - ¡el nuevo amor!

«Cambia nuestros lotes, criba las plagas, empezando por el tiempo», te cantan esos niños. «Eleva no importa adónde la sustancia de nuestras fortunas y nuestros anhe¬los», te ruegan.

Llegada desde siempre, tú que irás por todas partes.


Oswal



MAÑANA DE EMBRIAGUEZ

¡Oh mi Bien! ¡Oh mi Bello! ¡Charanga atroz en la que ya no tropiezo! ¡Mágico potro de tormento! ¡Hurra por la obra inaudita y por el cuerpo maravilloso, por la primera vez! Empezó bajo las risas de los niños, acabará por ellas. Este veneno ha de permanecer en todas nuestras venas aun cuando, agriada la fanfarria, seamos devueltos a la antigua armonía. ¡Oh, ahora nosotros, tan digno de estas torturas!, recojamos fervientemente esta sobrehumana promesa hecha a nuestro cuerpo y a nuestra alma crea¬dos: ¡esa promesa, esa demencia! ¡La elegancia, la cien¬cia, la violencia! Se nos ha prometido enterrar en la som¬bra el árbol del bien y del mal, deportar las honestidades tiránicas, con el fin de que trajésemos nuestro purísimo amor. Empezó con ciertas repugnancias y acabó, -al no poder agarrar en el acto esa eternidad, - acabó por una desbandada de perfumes.
Risa de niños, discreción de esclavos, austeridad de vírgenes, horror por las figuras y los objetos de aquí, ¡sa¬crosantos seáis por el recuerdo de esta vigilia! Empezaba con la mayor zafiedad, y concluye por ángeles de llama y de hielo.
Breve vigilia de embriaguez, ¡santa!, aunque sólo fuera por la máscara con que nos has gratificado. ¡Nosotros te afirmamos, método! No olvidamos que ayer has glorifi¬cado cada una de nuestras edades. Tenemos fe en el ve¬neno. Sabemos dar nuestra vida entera todos los días.
He aquí el tiempo de los Asesinos.

Epelbaum, Mariano


FRASES

Cuando el mundo sea reducido a un solo bosque negro para nuestros cuatro ojos atónitos, - a una playa para dos niños fieles, - a una casa musical para nuestra clara simpatía, - yo te encontraré.
Que no haya aquí abajo más que un anciano solo, calmo y hermoso, rodeado de un «lujo inaudito», - y yo estaré a tus pies.
Que yo haya cumplido todos tus recuerdos, - que yo sea aquella que sabe darte garrote, - yo te ahogaré.

Cuando somos muy fuertes, - ¿quién retrocede?, cuan¬do estamos muy alegres, - ¿quién hace el ridículo? Cuan¬do somos muy malvados, - ¿qué harían con nosotros? Engalanaos, bailad, reíd. - Nunca podré arrojar el Amor por la ventana.

- ¡Compañera mía, mendiga, niña monstruo!, qué poco te importan estas desdichadas y estas artimañas, y mis apuros. Únete a nosotros con tu voz imposible, ¡tu voz!, único adulador de esta vil desesperanza.

Escobar, Julieta

[FRASES II]

Una mañana cubierta, en julio. Un sabor a cenizas vuela en el aire; - un olor a leña sudando en el fogón, - las flores enriadas - el destrozo de los paseos, - la llo¬vizna de los canales en los campos - ¿por qué no ya los juguetes y el incienso?

XXX

He tendido cuerdas de campanario a campanario; guir¬naldas de ventana a ventana; cadenas de oro de estrella a estrella, y bailo.

XXX

El alto estanque humea continuamente. ¿Qué bruja va a erguirse en el blanco crepúsculo? ¿Qué frondas violetas han de descender?

XXX

Mientras los fondos públicos se gastan en fiestas de fra¬ternidad, suena una campana de fuego rosa en las nubes.

XXX

Avivando un agradable sabor a tinta china, un polvo negro llueve dulcemente sobre mi velada. - Bajo la luz de la lámpara, me echo en la cama y, vuelto del lado de la sombra, os veo, ¡hijas mías!, ¡mis reinas!


Fernández, Bruno


LOS PUENTES

Cielos grises de cristal. Un extraño trazado de puentes, rectos éstos, arqueados aquéllos, otros en descenso o en ángulos oblicuos sobre los primeros, y esas figuras reproduciéndose en los demás circuitos iluminados del canal, pero todos tan largos y ligeros que las orillas cargadas de cúpulas pierden altura y menguan. Algunos de estos puentes todavía están cargados de casuchas. Otros sostienen mástiles, señales, frágiles parapetos. Acordes menores se cruzan, y se pierden, de los ribazos suben unas cuer¬das. Se distingue una chaqueta roja, acaso otros trajes e instrumentos de música. ¿Son canciones populares, fragmentos de conciertos señoriales, restos de himnos públicos? El agua es gris y azul, ancha como un brazo de mar. - Un rayo blanco, cayendo desde lo alto del cielo, aniquila esta comedia.

Fernandez, Pablo



CIUDAD

Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano de una metrópoli creída moderna porque todo gusto co¬nocido ha sido evitado en los mobiliarios y en el exterior de las casas así como en el trazado de la ciudad. Aquí no podríais distinguir las huellas de ningún monumento de superstición. La moral y la lengua están reducidas a su más simple expresión, ¡por fin! Estos millones de seres que no necesitan conocerse llevan tan pareja la educa¬ción, el oficio y la vejez que ese transcurso de sus vidas debe ser varias veces menor del que establece una loca estadística para los pueblos del continente. Hasta qué punto, desde mi ventana, veo nuevos espectros rodando a través de la espesa y eterna humareda de carbón, - ¡nuestra sombra de los bosques, nuestra noche de estío! - nuevas Erinias, ante mi casita de campo, que es mi patria y todo mi corazón, ya que todo aquí se parece a esto, - la Muerte sin lágrimas, nuestra activa hija y servidora, un Amor desesperado, y un bonito Crimen piando en el barro de la calle.

Fucile, Rodolfo


RODERAS

A la derecha el alba de estío despierta las hojas y los vapores y los ruidos de este rincón del parque, y los talu¬des de la izquierda conservan en su sombra violeta las mil rápidas roderas de la ruta húmeda. Desfile de encan¬tamientos. En efecto: carros cargados de animales de ma¬dera dorada, de mástiles y de lonas abigarradas, al galope tendido de veinte caballos de circo jaspeados, y los niños y los hombres sobre sus más asombrosos animales; - veinte vehículos repujados, empavesados y floridos como carrozas antiguas o de cuentos, llenos de niños emperifo¬llados para una pastoral suburbana. - E incluso ataúdes bajo su dosel de noche irguiendo los penachos de ébano, pasando al trote de grandes yeguas azules y negras.

Gómez Ferraro, Paula


CIUDADES
[I]

La acrópolis oficial exagera las concepciones más co¬losales de la barbarie moderna. Imposible expresar la luz mate producida por el cielo inmutablemente gris, el es¬plendor imperial de las construcciones, y la nieve eterna del suelo. Han reproducido con un gusto de singular enormidad todas las maravillas clásicas de la arquitec¬tura. Asisto a exposiciones de pintura en locales veinte veces más amplios que Hampton-Court. ¡Qué pintura! Un Nabucodonosor noruego ha hecho construir las esca¬linatas de los ministerios; los subalternos que he podido ver son ya más arrogantes que Brahmas, y he temblado ante el aspecto de los guardianes de colosos y oficiales de obras. Con el agrupamiento de los edificios en squa¬res, patios y terrazas cerradas, han eliminado a los coche¬ros. Los squares representan la naturaleza primitiva la¬brada por un arte soberbio. El barrio alto tiene partes inexplicables: un brazo de mar, sin barcos, despliega su estrato de granizo azul entre muelles cargados de cande¬labros gigantes. Un breve puente conduce a una poterna justo debajo de la cúpula de la Sainte-Chapelle. Esta cúpula es una armazón de acero artístico de unos quince mil pies de diámetro.
En algunos puntos de las pasarelas de cobre, de las pla¬taformas, de las escaleras que rodean las plazas de mer¬cado y los pilares, ¡creí poder juzgar la profundidad de la ciudad! Es del prodigio de lo que no pude darme cuenta: ¿a qué niveles están los otros barrios por encima o por de¬bajo de la acrópolis? Para el extranjero de nuestro tiempo, reconocerlo es imposible. El barrio comercial es un cir¬cus de estilo único, con galerías de soportales. No se ven tiendas. Mas la nieve de la calzada está aplastada, algu¬nos nababs, tan escasos como los paseantes de una mañana de domingo en Londres, se dirigen hacia una di¬ligencia de diamantes. Algunos divanes de terciopelo rojo: sirven bebidas polares cuyo precio oscila entre las ochocientas y las ocho mil rupias. Ante la idea de buscar teatros en este circus, me digo que en las tiendas deben ocurrir dramas bastante sombríos. Pienso que existe una policía; mas la ley debe ser tan extraña que renuncio a formarme una idea de los aventureros de aquí.
El arrabal tan elegante como una hermosa calle de París se ve favorecido por un aire luminoso. El elemento demo¬crático cuenta con unos cientos de almas. Tampoco aquí las casas se suceden; el arrabal se pierde extrañamente en el campo, en el «Condado» que ocupa el occidente eterno de bosques y plantaciones prodigiosas donde los gentil¬hombres salvajes salen a la caza de sus crónicas bajo la luz que se ha creado.

Hauviller, Gaston



[II]

¡Son ciudades! ¡Un pueblo para el que se levantaron esos Alleghanys y esos Líbanos de sueño! Chalés de cristal y madera que se mueven sobre raíles y poleas invisi¬bles. Los viejos cráteres ceñidos por colosos y palmeras de cobre rugen melodiosamente entre las llamas. Amoro¬sas fiestas resuenan sobre los canales colgados detrás de los chalés. La caja de los carillones chirría en las gargan¬tas. Corporaciones de cantores gigantes acuden con ropa¬jes y oriflamas resplandecientes como la luz de las cimas. Sobre las plataformas en medio de los precipicios los Rol¬danes tañen su bravura. Sobre las pasarelas del abismo y los techos de las posadas el ardor del cielo engalana los más¬tiles. El derrumbamiento de las apoteosis llega a los cam¬pos de las alturas donde las centauras seráficas evolucio¬nan entre las avalanchas. Por encima del nivel de las crestas más altas un mar agitado por el nacimiento eterno de Venus, cargado de flotas orfeónicas y del rumor de las perlas y las conchas preciosas, - el mar se ensombra a veces con destellos mortales. En las laderas mugen cose¬chas de flores del tamaño de nuestras armas y nuestras copas. Cortejos de Mabs con atuendos rojos, opalinos, as¬cienden los barrancos. Arriba, con las patas en la cascada y las zarzas, los ciervos maman de Diana. Las Bacantes de los suburbios sollozan y la luna arde y aúlla. Venus en¬tra en las cavernas de los herreros y los ermitaños. Gru¬pos de campanarios cantan las ideas de los pueblos. De castillos construidos con huesos sale la música descono¬cida. Todas las leyendas evolucionan y los impulsos se precipitan en los burgos. El paraíso de las tormentas se derrumba. Los salvajes bailan sin cesar la fiesta de la no¬che. Y yo he descendido una hora a la bulla de un bulevar de Bagdad donde unas compañías han cantado la alegría del trabajo nuevo, bajo una brisa espesa, circulando sin poder eludir los fabulosos fantasmas de los montes donde debimos volver a encontrarnos.
¿Qué buenos brazos, qué hermosa hora me devolverán a esta región de donde vienen mis sueños y mis menores movimientos?

Ibarra, Julio



VAGABUNDOS

¡Lastimoso hermano! ¡Cuántas atroces veladas le debí! «No me entregaba con fervor a esta empresa. Me había burlado de su debilidad. Por mi culpa volveríamos al exi¬lio, a la esclavitud.» Él me suponía mal de ojo y una ino¬cencia muy extrañas, y añadía razones inquietantes.
Yo respondía con risas burlonas a ese satánico doctor, y terminaba acercándome a la ventana. Creaba, más allá de la campiña atravesada por bandas de música rara, los fantasmas del futuro lujo nocturno.
Tras aquella distracción vagamente higiénica, me echa¬ba en un jergón. Y, casi cada noche, nada más quedarme dormido, el pobre hermano se levantaba, con la boca po¬drida, los ojos arrancados - ¡tal como se soñaba! - y me arrastraba hasta la sala aullando su sueño de pena idiota.
De hecho, con toda sinceridad de espíritu, me había comprometido a devolverle a su estado primitivo de hijo del sol, - y así vagábamos, alimentados con el vino de las cavernas y la galleta del camino, yo apremiado por encontrar el lugar y la fórmula.

Janikow, Jeremias



VIGILIAS

I

Es el reposo iluminado, ni fiebre ni languidez, en el le¬cho o en el prado.

Es el amigo ni ardiente ni débil. El amigo.

Es la amada ni atormentadora ni atormentada. La amada.

El aire y el mundo no buscados. La vida.

- ¿Así que era esto?

- Y el sueño refresca.


Libman, Jorge

MÍSTICA

Sobre la pendiente del talud los ángeles hacen girar sus ropas de lana en los herbazales de acero y esmeralda. Prados de llamas saltan hasta la cima del montículo. A la izquierda el mantillo de la arista es pisoteado por todos los homicidios y todas las batallas, y todos los ruidos de¬sastrosos hilan su curva. Detrás de la arista de la derecha la línea de los orientes, de los progresos.
Y en tanto que la banda superior del cuadro está for¬mada por el rumor giratorio y saltarín de las conchas de los mares y de las noches humanas.
La dulzura florida de las estrellas y del cielo y del resto desciende frente al talud, como un canastillo, contra nuestro rostro, y vuelve el abismo floreciente y azul allá abajo.

López, Pablo



ALBA

He abrazado el alba de estío.

Nada se movía aún en la fachada de los palacios. El agua estaba muerta. Los campos de sombras no abando¬naban el camino del bosque. Avancé, despertando los há¬litos vivos y tibios, y las pedrerías miraron, y las alas se alzaron sin ruido.

La primera empresa fue, en el sendero ya repleto de frescos y pálidos destellos, una flor que me dijo su nombre.

Reí a la rubia wasserfall que se desmelenó a través de los abetos: en la cima argentada reconocí a la diosa.

Entonces levanté uno a uno los velos. En la alameda, agitando los brazos. Por la llanura, donde la denuncié al gallo. En la gran ciudad ella huía entre los campanarios y las cúpulas, y corriendo como un mendigo por los mue¬lles de mármol, yo la perseguía.

En lo alto del camino, junto a un bosque de laureles, la rodeé con sus velos amontonados, y sentí un poco su in¬menso cuerpo. El alba y el niño cayeron al fondo del bos¬que.

Al despertar era mediodía.


Luján, Rodrigo


FLORES

Desde una grada de oro, - entre los cordones de seda, las gasas grises, los terciopelos verdes y los discos de cristal que ennegrecen como el bronce al sol, - veo abrirse la dedalera sobre una alfombra de filigranas de plata, de ojos y de cabelleras.
Monedas de oro amarillo sembradas sobre el ágata, pi¬lares de caoba sosteniendo una cúpula de esmeraldas, ra¬milletes de blanco satén y de finas varas de rubíes rodean la rosa de agua.
Semejantes a un dios de enormes ojos azules y formas de nieve, el mar y el cielo atraen a las terrazas de mármol a la multitud de jóvenes y fuertes rosas.

Michell, Laura



NOCTURNO VULGAR

Un soplo abre brechas operádicas en los tabiques, - enreda el pivotar de los techos carcomidos, - dispersa los límites de los fogones, - eclipsa las ventanas. -A lo largo de la viña, con el pie apoyado en una gárgola, - he descendido a esa carroza cuya época queda suficiente¬mente indicada por los espejos convexos, los paneles abombados y los sofás redondeados. Coche fúnebre de mi sueño, aislado, casa de pastor de mi simpleza, el vehículo vira sobre el césped de la carretera difuminada: y en un defecto en lo alto del cristal de la derecha se arre¬molinan las pálidas figuras lunares, hojas, senos; - Un verde y un azul profundísimos invaden la imagen. Desenganche alrededor de una mancha de gravilla.
-Aquí silbaremos llamando a la tormenta, y a las So¬domas, - y a las Solimas, - y a las bestias feroces y los ejércitos,
- (Postillones y bestias de sueño proseguirán bajo los más sofocantes oquedales, para hundirme hasta los ojos en el manantial de seda.)
- Y enviarnos, fustigados a través de las aguas que chapotean y las bebidas derramadas, a rodar sobre el la¬drido de los dogos...
- Un soplo dispersa los límites del fogón.

Moscato. Diego



FIESTA DE INVIERNO

La cascada resuena detrás de las casetas de ópera-có¬mica. Girándulas prolongan, en los vergeles y las alamedas vecinas al Meandro, - los verdes y los rojos del crepús¬culo. Ninfas de Horacio peinadas estilo Primer Imperio, - Rollizas siberianas, chinas de Boucher.

Nine, Lucas


METROPOLITANO

Del estrecho de índigo a los mares de Ossián, sobre la arena rosa y naranja que ha lavado el cielo vinoso acaban de subir y de cruzarse bulevares de cristal habitados de inmediato por jóvenes familias pobres que se alimentan en las fruterías. Nada de riqueza. - ¡La ciudad!
Del desierto de betún huyen hacia delante en des¬bandada con las capas de brumas escalonadas en franjas horribles en el cielo que se comba, retrocede y desciende, formado por la más siniestra humareda negra que pueda hacer el Océano enlutado, los cascos, las ruedas, las bar¬cas, las grupas. - ¡La batalla!
Levanta la cabeza: el puente de madera, arqueado; las últimas huertas de Samaria; esas máscaras iluminadas bajo la linterna azotada por la noche fría; la ondina necia de vestido rumoroso, en la parte baja del río; esos cráneos luminosos en los planteles de guisantes - y las demás fantasmagorías - la campiña.
Caminos bordeados de rejas y de tapias, que apenas pueden contener sus bosquecillos, y las atroces flores que llamaríamos corazones y hermanas, Damascos condena¬dos de languidez, - posesiones de quiméricas aristocra¬cias ultra-renanas, japonesas, guaraníes, aptas todavía para recibir la música de los antiguos - y hay posadas que nunca volverán a abrirse - hay princesas, y si no es¬tás demasiado agobiado, el estudio de los astros - el cielo.
La mañana en que, con Ella, forcejeasteis entre los des¬tellos de nieve, los labios verdes, los hielos, las banderas negras y los rayos azules, y los perfumes púrpuras del sol de los polos, - tu fuerza.

Nobati, Eugenia



BÁRBARO

Mucho después de los días y las estaciones, y los seres y los países,
El pabellón de carne sangrienta sobre la seda de los mares y las flores árticas; (que no existen.)
Repuesto de viejas fanfarrias heroicas - que siguen asaltándonos el corazón y la cabeza - lejos de los anti¬guos asesinos -
¡Oh!, el pabellón de carne sangrienta sobre la seda de los mares y las flores árticas; (que no existen.)
¡Dulzuras!
Las ascuas, lloviendo en las ráfagas de escarcha, - ¡Dulzuras! - los fuegos en la lluvia del viento de dia¬mantes arrojada por el corazón terrestre eternamente car¬bonizado para nosotros. - ¡Oh mundo! -
(Lejos de los viejos refugios y de las viejas llamas, que se oyen, que se sienten,)
Las ascuas y las espumas. La música, vorágine de re¬molinos y choque de témpanos en los astros.
¡Oh Dulzuras, oh mundo, oh música! Y allá, las formas, los sudores, las cabelleras y los ojos, flotando. Y las lágri¬mas blancas, hirvientes, - ¡oh dulzuras! - y la voz feme¬nina llegada al fondo de los volcanes y de las grutas árticas.
El pabellón...

Ossani, Horacio



SALDO

¡En venta lo que los judíos no vendieron, lo que ni no¬bleza ni crimen han degustado, lo que ignoran el amor maldito y la probidad infernal de las masas: lo que ni el tiempo ni la ciencia han de conocer:
Las Voces reconstituidas, el despertar fraterno de to¬das las energías corales y orquestales y sus aplicaciones instantáneas: ¡la ocasión, única, de liberar nuestros sen¬tidos!
¡En venta los Cuerpos sin precio, al margen de cual¬quier raza, mundo, sexo, descendencia! ¡Las riquezas sur¬giendo a cada paso! ¡Saldo de diamantes sin control!
¡En venta la anarquía para las masas; la satisfacción irreprimible para los aficionados superiores; la muerte atroz para los fieles y los amantes!
¡En venta las moradas y las migraciones, sports, ma¬gias y comforts perfectos, y el ruido, el movimiento y el futuro que forman!
En venta las aplicaciones de cálculo y los saltos de ar¬monía inauditos. Los hallazgos y los términos insospe¬chados, posesión inmediata,
Impulso insensato e infinito hacia los esplendores invisibles, hacia las delicias insensibles, - y sus secretos en¬loquecedores para cada vicio - y su alegría aterradora para la multitud -
En venta los Cuerpos, las voces, la inmensa opulencia incuestionable, lo que no se venderá jamás. ¡Los vende¬dores no han terminado el saldo! ¡Los viajantes no han de entregar tan pronto su comisión!

Parolo, Federico



JUVENTUD

-I-¬

DOMINGO

Cálculos aparte, el inevitable descenso del cielo, y la visita de los recuerdos y la sesión de los ritmos ocupan la morada, la cabeza y el mundo del espíritu.
- Un caballo sale a escape por el turf suburbano, y a lo largo de los cultivos y las plantaciones arbóreas, tras¬pasado por la peste carbónica. Una miserable mujer de drama, en alguna parte del mundo, suspira después de aban¬donos improbables. Los desesperados anhelan después de la tormenta, la embriaguez y las heridas. Niños chicos ahogan maldiciones a lo largo de los ríos. -
Reanudemos el estudio al fragor de la obra devoradora que se reúne y eleva en las masas.

Pavezka, Pablo



II

SONETO

Hombre de constitución ordinaria, la carne
¿no era un fruto que colgaba en el huerto - ¡oh
jornadas niñas! - el cuerpo un tesoro que prodigar; - oh
amar, ¿el peligro o la fuerza de Psique? La tierra
tenía fértiles laderas en príncipes y artistas,
y la descendencia y la raza os empujaban a
crímenes y a lutos: el mundo vuestra fortuna y vuestro
riesgo. Mas ahora, esa labor cumplida; tú, tus cálculos,
- tú, tus impaciencias - no son ya sino vuestra danza y
vuestra voz, no fijadas y en absoluto forzadas, aunque de un doble
acontecimiento de invención y de éxito + una razón,
- en la humanidad fraternal y discreta por el universo
sin imágenes; - la fuerza y el derecho reflejan la
danza y la voz solamente ahora apreciadas.

Purdía, Manuel



GUERRA

De niño, ciertos cielos afinaron mi óptica: todos los ca¬racteres matizaron mi fisonomía. Los Fenómenos se pu¬sieron en movimiento. -Ahora la inflexión eterna de los momentos y el infinito de las matemáticas me persiguen por este mundo donde padezco todos los éxitos civiles, respetado por la infancia extraña y por afectos enormes.
- Sueño con una Guerra, de derecho o de fuerza, de ló¬gica totalmente imprevista.
Tan simple como una frase musical.

Quines, Ezequiel (Quieze)



PROMONTORIO


El alba de oro y la trémula noche sorprenden a nuestro brick en alta mar frente a esta Villa y sus dependencias, que forman un promontorio tan extenso como el Epiro y el Peloponeso o como la gran isla del Japón, ¡o como Ara­bia! Fanums que ilumina el retorno de las teorías, inmen­sas vistas de la defensa de las costas modernas; dunas ilus­tradas con flores cálidas y con bacanales; grandes canales de Cartago y Embankments de una Venecia turbia; blan­das erupciones de Etnas y grietas de flores y de aguas de glaciares; lavaderos rodeados de álamos de Alemania; ta­ludes de parques singulares inclinando copas de Árboles del Japón; las fachadas circulares de los «Royal» o de los «Grand» de Scarbro' o de Brooklyn; y sus railways flan­quean, ahondan, dominan las disposiciones de este Hotel, elegidas en la historia de las construcciones más elegantes y colosales de Italia, de América y de Asia, cuyas venta­nas y terrazas llenas ahora de luces, bebidas y ricas bri­sas, están abiertas al espíritu de los viajeros y los nobles - que permiten, en las horas del día, a todas las tarante­las de las costas, - e incluso a los ritornelos de los valles ilustres del arte, decorar maravillosamente las fachadas del Palacio. Promontorio.

Riccardi, Agustín



ESCENAS

La antigua Comedia prosigue sus acordes y divide sus Idilios:
Bulevares de tablados.
Un largo pier de madera de un extremo al otro de un campo rocalloso donde la muchedumbre bárbara evolu¬ciona bajo los árboles desnudos.
En pasillos de gasa negra siguiendo el paso de los pa¬seantes con las linternas y las hojas.
Pájaros de los misterios se abaten sobre un pontón de mampostería movido por el archipiélago cubierto con las embarcaciones de los espectadores.
Escenas líricas acompañadas de flauta y tambor se in¬clinan en cuartuchos dispuestos bajo los techos, en torno a los salones de los clubs modernos o de las salas del Oriente antiguo.
La magia maniobra en la cima de un anfiteatro coro¬nada por los montes bajos, - O se agita y modula para los beocios, en la sombra de movedizos oquedales sobre la arista de los cultivos.
La ópera cómica se divide sobre una escena en la arista de intersección de diez tabiques levantados entre la galería y las candilejas.




Rojas, Oscar Saul



ATARDECER HISTÓRICO

En cualquier atardecer, por ejemplo, en que el turista ingenuo se encuentre, retirado de nuestros horrores eco¬nómicos, la mano de un maestro anima el clavecín de los prados; juegan a las cartas en el fondo del estanque, es¬pejo evocador de las reinas y de las favoritas, tenemos las santas, los velos, y los hilos de armonía, y los cromatismos legendarios, sobre el poniente.
Se estremece al paso de las cacerías y las hordas. La co¬media gotea sobre los tablados de césped. ¡Y la turbación de los pobres y los débiles sobre. estos estúpidos planos!
En su visión esclava, - Alemania se escalona hacia las lunas; los desiertos tártaros se iluminan - las anti¬guas revueltas bullen en el centro del Celeste Imperio, por las escalinatas y los sillones de reyes - un pequeño mundo descolorido y chato, África y Occidentes, va a edificarse. Luego un ballet de mares y de noches conoci¬das, una química sin valor, y melodías imposibles.
¡La misma magia burguesa en todos los puntos donde nos depositará la posta! El físico más elemental sabe que ya no es posible someterse a esta atmósfera personal, bruma de remordimientos físicos, cuya comprobación misma es ya un dolor.
¡No! - El momento de la estufa, de los mares encres¬pados, de los incendios subterráneos, del planeta arre¬batado, y de los consiguientes exterminios, certezas seña¬ladas con muy poca malicia en la Biblia y por las Nornas y que a todo ser sensato le será dado vigilar. - Sin em¬bargo ¡no será en absoluto un efecto de leyenda!

Senonez, Oscar (Sen)



BOTTOM

Aun siendo la realidad demasiado espinosa para mi gran carácter, - me encontré sin embargo en casa de mi Dama, como gran pájaro gris azul alzando el vuelo hacia las mol¬duras del techo y arrastrando el ala en las sombras de la noche.
Fui, al pie del baldaquino que soporta sus joyas adora¬das y sus obras maestras físicas, un enorme oso de encías violetas y pelaje encanecido por la pena, con los ojos en los cristales y las platas de las consolas.
Todo se volvió sombra y acuario ardiente. Por la ma¬ñana - batalladora alba de junio, - corrí a los campos, asno, pregonando y blandiendo mi agravio, hasta que vi¬nieron las Sabinas del suburbio y se arrojaron sobre mi pecho.

Tambuscio, Pablo



H

Todas las monstruosidades violan los gestos atroces de Hortensia. Su soledad es la mecánica erótica, su lasitud, la dinámica amorosa. Bajo la mirada vigilante de una in¬fancia ha sido, en épocas numerosas, la ardiente higiene de las razas. Su puerta está abierta a la miseria. Allí, la moralidad de los seres actuales se descorporiza en su pa¬sión o en su acción - ¡Oh terrible escalofrío de los amo¬res novicios sobre el suelo ensangrentado y por el hidró¬geno claridoso! Encontrad a Hortensia.

Tello,Facundo (Teyo)

MOVIMIENTO


El movimiento de vaivén sobre el ribazo de los saltos del río,

el abismo en el codaste,

la celeridad de la rampa,

el enorme flujo de la corriente,

llevan por las luces inauditas

y la novedad química

a los viajeros rodeados por las trombas del valle

y del strom.

Son los conquistadores del mundo

buscando la fortuna química personal;

el sport y el confort viajan con ellos;

llevan la educación

de las razas, las clases y las bestias, en ese Navío.

Reposo y vértigo

a la luz diluviana,

en las terribles noches de estudio.

Pues de la charla entre los aparatos, - la sangre, las flores, el fuego, las alhajas –

de las cuentas agitadas en esta orilla fugaz.

- Se ve, rodando como un dique más allá de la ruta hidráulica motriz,

monstruoso, iluminándose sin fin, - su stock de estu­dios; -

lanzados ellos al éxtasis armónico

y el heroísmo del descubrimiento.

En los más sorprendentes accidentes atmosféricos

una pareja de juventud se aísla sobre el arca,

- ¿es acaso un antiguo salvajismo que se perdona? –

y canta y se aposta.

Vecchio, Luciano

DEVOCIÓN


A mi hermana Louise Vanaen de Voringhem: - Su toca azul vuelta hacia el mar del Norte. - Por los náufragos.

A mi hermana Léonie Aubois d'Ashby. Baou - la hierba de estío zumbadora y hedionda. - Por la fiebre de las madres y los niños.

A Lulú, - demonio - que ha conservado cierto gusto por los oratorios de la época de Las Amigas y de su edu­cación incompleta. ¡Por los hombres! A madame ***.

Al adolescente que fui. A ese santo viejo, ermita o mi­sión.

Al espíritu de los pobres. Y a un altísimo clero.

Asimismo a todo culto en cualquier lugar de culto me­morial y entre acontecimientos tales que haya que ren­dirse, siguiendo las aspiraciones del momento o bien nuestro propio vicio grave.

Esta noche, a Circeto de los altos hielos, grasa como el pez, e iluminada como los diez meses de la noche roja, - (su corazón ámbar y spunk), - por mi única plegaria muda como esas regiones de noche y que precede a bra­vuras más violentas que este caos polar.

A cualquier precio y con todos los aires, incluso en via­jes metafísicos. - Pero no entonces.



Zuljevic, María Laura




GENIO

Él es el afecto y el presente, pues que ha hecho la casa abierta al invierno espumoso y al rumor del estío, él, que ha purificado las bebidas y los alimentos, él, que es el en¬canto de los lugares huidizos y el deleite sobrehumano de las estaciones. Él es el afecto y el futuro, la fuerza y el amor que nosotros, erguidos en las rabias y en los tedios, vemos pasar por el cielo de tempestad y las banderas de éxtasis.
Él es el amor, medida perfecta y reinventada, razón maravillosa e imprevista, y la eternidad: amada máquina de las cualidades fatales. Todos hemos tenido el espanto de su concesión y de la nuestra: ¡oh gozo de nuestra salud, impulso de nuestras facultades, afecto egoísta y pasión por él, él, que nos ama para su vida infinita..!
Y nosotros lo llamamos y él viaja... Y si la Adoración se va, suena, su promesa suena: «Fuera esas supersticio¬nes, esos antiguos cuerpos, esos matrimonios y esas eda¬des. ¡Es esa época la que se ha ido a pique!»
Él no se irá, no volverá a bajar de un cielo, no consu¬mará la redención de las cóleras de mujeres ni de las ale¬grías de los hombres y de todo este pecado: pues eso ya está hecho, por ser él, y por ser amado.
Oh sus alientos, sus cabezas, sus correrías; la terrible celeridad de la perfección de las formas y de la acción.
¡Oh fecundidad del espíritu e inmensidad del universo!
¡Su cuerpo! ¡El desasimiento soñado, el rompimiento de la gracia mezclada a nueva violencia!
¡Su vista, su vista!, todas las antiguas genuflexiones y los castigos levantados tras él.
¡Su luz!, la abolición de todos los sufrimientos sonoros y móviles en la música más intensa.
¡Su paso!, las migraciones más enormes que las anti¬guas invasiones.
¡Oh él y nosotros!, el orgullo más benévolo que las ca¬ridades perdidas.
¡Oh mundo! ¡Y el canto claro de las nuevas desdichas!
Él nos ha conocido a todos y a todos nos ha amado. En esta noche de invierno, de un extremo a otro, desde el polo tumultuoso hasta el castillo, desde la multitud en la playa, de mirada en mirada, con las fuerzas y los senti¬mientos cansados, sepamos llamarle a gritos y verle, y despedirle, y bajo las mareas y en lo alto de los desiertos de nieve, para seguir sus miras, sus alientos, su cuerpo, su luz.