Ibarra, Julio



VAGABUNDOS

¡Lastimoso hermano! ¡Cuántas atroces veladas le debí! «No me entregaba con fervor a esta empresa. Me había burlado de su debilidad. Por mi culpa volveríamos al exi¬lio, a la esclavitud.» Él me suponía mal de ojo y una ino¬cencia muy extrañas, y añadía razones inquietantes.
Yo respondía con risas burlonas a ese satánico doctor, y terminaba acercándome a la ventana. Creaba, más allá de la campiña atravesada por bandas de música rara, los fantasmas del futuro lujo nocturno.
Tras aquella distracción vagamente higiénica, me echa¬ba en un jergón. Y, casi cada noche, nada más quedarme dormido, el pobre hermano se levantaba, con la boca po¬drida, los ojos arrancados - ¡tal como se soñaba! - y me arrastraba hasta la sala aullando su sueño de pena idiota.
De hecho, con toda sinceridad de espíritu, me había comprometido a devolverle a su estado primitivo de hijo del sol, - y así vagábamos, alimentados con el vino de las cavernas y la galleta del camino, yo apremiado por encontrar el lugar y la fórmula.