Rojas, Oscar Saul



ATARDECER HISTÓRICO

En cualquier atardecer, por ejemplo, en que el turista ingenuo se encuentre, retirado de nuestros horrores eco¬nómicos, la mano de un maestro anima el clavecín de los prados; juegan a las cartas en el fondo del estanque, es¬pejo evocador de las reinas y de las favoritas, tenemos las santas, los velos, y los hilos de armonía, y los cromatismos legendarios, sobre el poniente.
Se estremece al paso de las cacerías y las hordas. La co¬media gotea sobre los tablados de césped. ¡Y la turbación de los pobres y los débiles sobre. estos estúpidos planos!
En su visión esclava, - Alemania se escalona hacia las lunas; los desiertos tártaros se iluminan - las anti¬guas revueltas bullen en el centro del Celeste Imperio, por las escalinatas y los sillones de reyes - un pequeño mundo descolorido y chato, África y Occidentes, va a edificarse. Luego un ballet de mares y de noches conoci¬das, una química sin valor, y melodías imposibles.
¡La misma magia burguesa en todos los puntos donde nos depositará la posta! El físico más elemental sabe que ya no es posible someterse a esta atmósfera personal, bruma de remordimientos físicos, cuya comprobación misma es ya un dolor.
¡No! - El momento de la estufa, de los mares encres¬pados, de los incendios subterráneos, del planeta arre¬batado, y de los consiguientes exterminios, certezas seña¬ladas con muy poca malicia en la Biblia y por las Nornas y que a todo ser sensato le será dado vigilar. - Sin em¬bargo ¡no será en absoluto un efecto de leyenda!