Gómez Ferraro, Paula


CIUDADES
[I]

La acrópolis oficial exagera las concepciones más co¬losales de la barbarie moderna. Imposible expresar la luz mate producida por el cielo inmutablemente gris, el es¬plendor imperial de las construcciones, y la nieve eterna del suelo. Han reproducido con un gusto de singular enormidad todas las maravillas clásicas de la arquitec¬tura. Asisto a exposiciones de pintura en locales veinte veces más amplios que Hampton-Court. ¡Qué pintura! Un Nabucodonosor noruego ha hecho construir las esca¬linatas de los ministerios; los subalternos que he podido ver son ya más arrogantes que Brahmas, y he temblado ante el aspecto de los guardianes de colosos y oficiales de obras. Con el agrupamiento de los edificios en squa¬res, patios y terrazas cerradas, han eliminado a los coche¬ros. Los squares representan la naturaleza primitiva la¬brada por un arte soberbio. El barrio alto tiene partes inexplicables: un brazo de mar, sin barcos, despliega su estrato de granizo azul entre muelles cargados de cande¬labros gigantes. Un breve puente conduce a una poterna justo debajo de la cúpula de la Sainte-Chapelle. Esta cúpula es una armazón de acero artístico de unos quince mil pies de diámetro.
En algunos puntos de las pasarelas de cobre, de las pla¬taformas, de las escaleras que rodean las plazas de mer¬cado y los pilares, ¡creí poder juzgar la profundidad de la ciudad! Es del prodigio de lo que no pude darme cuenta: ¿a qué niveles están los otros barrios por encima o por de¬bajo de la acrópolis? Para el extranjero de nuestro tiempo, reconocerlo es imposible. El barrio comercial es un cir¬cus de estilo único, con galerías de soportales. No se ven tiendas. Mas la nieve de la calzada está aplastada, algu¬nos nababs, tan escasos como los paseantes de una mañana de domingo en Londres, se dirigen hacia una di¬ligencia de diamantes. Algunos divanes de terciopelo rojo: sirven bebidas polares cuyo precio oscila entre las ochocientas y las ocho mil rupias. Ante la idea de buscar teatros en este circus, me digo que en las tiendas deben ocurrir dramas bastante sombríos. Pienso que existe una policía; mas la ley debe ser tan extraña que renuncio a formarme una idea de los aventureros de aquí.
El arrabal tan elegante como una hermosa calle de París se ve favorecido por un aire luminoso. El elemento demo¬crático cuenta con unos cientos de almas. Tampoco aquí las casas se suceden; el arrabal se pierde extrañamente en el campo, en el «Condado» que ocupa el occidente eterno de bosques y plantaciones prodigiosas donde los gentil¬hombres salvajes salen a la caza de sus crónicas bajo la luz que se ha creado.