V
Que me alquilen por fin esa tumba, blanqueada a la cal con las líneas del cemento en relieve - muy lejos bajo tierra.
Me acodo en la mesa, la lámpara ilumina vivamente estos periódicos que, idiota de mí, releo, estos libros sin interés.
A una distancia enorme por encima de mi salón sub¬terráneo, las casas se implantan, las brumas se reúnen. El barro es rojo o negro. ¡Ciudad monstruosa, noche sin fin!
No tan alto, están las cloacas. A los lados, nada más que el espesor del globo. Acaso los abismos de azur, po¬zos de fuego. Acaso sea en esos planos donde se encuen¬tran lunas y cometas, mares y fábulas.
En las horas de amargura imagino bolas de zafiro, de metal. Soy dueño del silencio. ¿Por qué una apariencia de tragaluz palidecería en el rincón de la bóveda?