Zuljevic, María Laura




GENIO

Él es el afecto y el presente, pues que ha hecho la casa abierta al invierno espumoso y al rumor del estío, él, que ha purificado las bebidas y los alimentos, él, que es el en¬canto de los lugares huidizos y el deleite sobrehumano de las estaciones. Él es el afecto y el futuro, la fuerza y el amor que nosotros, erguidos en las rabias y en los tedios, vemos pasar por el cielo de tempestad y las banderas de éxtasis.
Él es el amor, medida perfecta y reinventada, razón maravillosa e imprevista, y la eternidad: amada máquina de las cualidades fatales. Todos hemos tenido el espanto de su concesión y de la nuestra: ¡oh gozo de nuestra salud, impulso de nuestras facultades, afecto egoísta y pasión por él, él, que nos ama para su vida infinita..!
Y nosotros lo llamamos y él viaja... Y si la Adoración se va, suena, su promesa suena: «Fuera esas supersticio¬nes, esos antiguos cuerpos, esos matrimonios y esas eda¬des. ¡Es esa época la que se ha ido a pique!»
Él no se irá, no volverá a bajar de un cielo, no consu¬mará la redención de las cóleras de mujeres ni de las ale¬grías de los hombres y de todo este pecado: pues eso ya está hecho, por ser él, y por ser amado.
Oh sus alientos, sus cabezas, sus correrías; la terrible celeridad de la perfección de las formas y de la acción.
¡Oh fecundidad del espíritu e inmensidad del universo!
¡Su cuerpo! ¡El desasimiento soñado, el rompimiento de la gracia mezclada a nueva violencia!
¡Su vista, su vista!, todas las antiguas genuflexiones y los castigos levantados tras él.
¡Su luz!, la abolición de todos los sufrimientos sonoros y móviles en la música más intensa.
¡Su paso!, las migraciones más enormes que las anti¬guas invasiones.
¡Oh él y nosotros!, el orgullo más benévolo que las ca¬ridades perdidas.
¡Oh mundo! ¡Y el canto claro de las nuevas desdichas!
Él nos ha conocido a todos y a todos nos ha amado. En esta noche de invierno, de un extremo a otro, desde el polo tumultuoso hasta el castillo, desde la multitud en la playa, de mirada en mirada, con las fuerzas y los senti¬mientos cansados, sepamos llamarle a gritos y verle, y despedirle, y bajo las mareas y en lo alto de los desiertos de nieve, para seguir sus miras, sus alientos, su cuerpo, su luz.